Con el paso de los años a cuestas, el Papa Juan Pablo 11 subió la escalerilla para introducirse al Boeing 757 que, con su nombre en el costado, lo conduciría a St. Louis Missouri, en Estados Unidos. Las escenas que se imprimieron en nuestros ojos en ese momento hermanaron dos M: la que, en el costado inferior derecho del escudo pontificio evoca la devoción mariana que ha albergado el corazón del Papa desde su tierna infancia en Polonia; y la que, coronada por una cabeza de águila orgullosa,
 
 

Una vez que el peregrino vestido de blanco ocupó su asiento, se puso el cinturón de seguridad y serenó su espíritu en el amable silencio de la cabina, sin duda vinieron a su mente, cual "aves de cuatrocientas voces", los múltiples rostros, los sonidos, y como dijo el Presidente Emesto Zedillo los colores y los sabores de esta tierra que sólo es vencida en generosidad por los empeños y los amores de su gente. Vino también el cariñoso grito: "Juan Pablo, hermano, ya eres Mexicano"...
Juan Pablo había viajado para encontrar, concentrados en el santuario de la Virgen de Cuadalupe en el Tepeyac, a los pueblos de América. A recoger su palabra, sus angustias e ilusiones. A expresar, desde el corazón de un mensaje antiguo pero siempre novedoso, que el futuro de estos pueblos no se escribe en términos de crisis, sino de esperanza, que la solera religiosa, acendrada desde los tiempos más remotos, no es programa de resignación pasiva, sino proyecto de compromiso con el progreso comparado y la paz justa.